Los nacimientos de ciencias y técnicas no son para nada ingenuos, sino que siempre se inscriben (y así hay que pensarlos para entenderlos) dentro de las necesidades y posibilidades de su época. La fotografía entonces nace a fines del del siglo XIX, cuando el arte europeo estaba embebido en las ideas realistas y naturalistas.
En un primer momento se creyó en la fotografía como en la óptica que posibilitó al microscopio: una herramienta científica. Si bien podemos decir que cumplió y cumple parte de este fin, le fue criticado, con razón, que apenas daba una reproducción, más o menos fiel, bidimensional de un espacio reducido y acotado de la realidad; parcialidad que las críticas del naturalismo, que la defendía, tomaba duramente, pues comenzaban a hacer goteras en sus pretensiones de fidelidad a un mundo real cognoscible.
La fotografía, gracias a dios, no duplica la naturaleza. Lo que sí nos ha dejado y sigue dejándonos es la capacidad de la emoción mediante impresiones sensitivas, visuales. Los fotografos profesionales nos pueden despertar una melancolía o un aire de amor a partir de juegos de luces y sombras; ternura o alegría a través de colores vivos y primeros planos de niños, etc. Lo que la fotografía nos deja son sus posibilidades estéticas y un marco más o menos definido (el marco de la imagen) para dar rienda suelta a nuestra visión particular de un posible mundo, muy semejante al nuestro.
La figura del fotógrafo así surge como un personaje muy particular y discutido, que ha ganado su lugar dentro del arte. Lo que ha desarrollado (entre otros, pero a él le ha resultado necesario e inevitable) es “el concepto” (puesto que la materialidad de su obra es por completo un producto mecánico) y la base de que el artista está en la creación del concepto y no tanto de la obra. Un mingitorio y una lata de sopa, desde otras ramas del arte, llevarían a esta idea a su posición de indiscutible.
En un primer momento se creyó en la fotografía como en la óptica que posibilitó al microscopio: una herramienta científica. Si bien podemos decir que cumplió y cumple parte de este fin, le fue criticado, con razón, que apenas daba una reproducción, más o menos fiel, bidimensional de un espacio reducido y acotado de la realidad; parcialidad que las críticas del naturalismo, que la defendía, tomaba duramente, pues comenzaban a hacer goteras en sus pretensiones de fidelidad a un mundo real cognoscible.
La fotografía, gracias a dios, no duplica la naturaleza. Lo que sí nos ha dejado y sigue dejándonos es la capacidad de la emoción mediante impresiones sensitivas, visuales. Los fotografos profesionales nos pueden despertar una melancolía o un aire de amor a partir de juegos de luces y sombras; ternura o alegría a través de colores vivos y primeros planos de niños, etc. Lo que la fotografía nos deja son sus posibilidades estéticas y un marco más o menos definido (el marco de la imagen) para dar rienda suelta a nuestra visión particular de un posible mundo, muy semejante al nuestro.
La figura del fotógrafo así surge como un personaje muy particular y discutido, que ha ganado su lugar dentro del arte. Lo que ha desarrollado (entre otros, pero a él le ha resultado necesario e inevitable) es “el concepto” (puesto que la materialidad de su obra es por completo un producto mecánico) y la base de que el artista está en la creación del concepto y no tanto de la obra. Un mingitorio y una lata de sopa, desde otras ramas del arte, llevarían a esta idea a su posición de indiscutible.
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